EXPLORACIONES
Hace tiempo que ya no me hago la pregunta; no porque no haya encontrado la respuesta (he encontrado la respuesta; determinadas “respuestas”), sino más bien porque ya no la considero necesaria; ya no la necesito. Ahora observo o paseo alrededor de las obras de arte, de ciertos objetos, con una mezcla de curiosidad y distanciamiento; y disfruto o no disfruto de ellas indistintamente, inexplicablemente. Ahora me dedico a enredar con los objetos, a jugar entre ellos, e intento que encajen de alguna manera en mi propia historia, en mi propia experiencia; y así voy coleccionando experiencias de existencia, experiencias de historia; y así voy acumulando “experiencias de arte”. Un juego indeterminado e impreciso de entre varios juegos posibles. Un juego, les aseguro, entretenido e interesante.
Ahora, sobre todo, en este preciso momento, lo que más me interesa es que me cuenten buenas historias; así consigo llenar los huecos vacíos, las zonas incompletas. Y busco las buenas historias en textos que hablan de historias (no de teorías); porque necesito comprender la historia de esos textos; porque necesito textos que me cuenten historias. Ya se lo advertía Ludwig Wittgenstein a sus alumnos: “A un juego de lenguaje pertenece una cultura entera”. ¿Y cuántas historias completas caben en el espacio indefinido de una cultura completa?
Ante una obra de Andy Warhol, por ejemplo, me quedo completamente mudo; no me he aprendido bien la “historia Warhol” y lo que veo, además, no me satisface, no encaja. Si recurro a una historia que cuenta Andy Warhol tampoco encuentro grandes diferencias. “Si quieren saber todo sobre Andy Warhol –escribió él mismo-, sólo miren la superficie de mis pinturas, de mis películas, y de mí. Ahí estoy. No hay nada más”. Pero si leo, por ejemplo, la historia titulada “Biografía del artista fantástico” la cosa cambia. A partir de esta historia las obras, determinados objetos, comienzan a agradarme; la obra de arte “encaja”. Curiosamente, el texto de Cayetano Lupeña es la historia de la renuncia al apelativo de “artista”, del abandono del “arte”; pero, a partir de esta historia uno comienza a disfrutar con la “obra” de Cayetano Lupeña. Uno puede hacer, incluso, una lectura alternativa de esta historia o una nueva interpretación del texto; uno puede intentar encontrar el “significado” oculto, observando activamente, como un lector que indaga; uno puede acabar fabricando su propia interpretación de esta historia. La personalidad, apariencia o máscara, de un autor, ¿a quién pertenece? ¿Cuál es el sentido último del texto? ¿Quién habla realmente en la “Biografía del artista fantástico”? Adolfo García Ortega recordaba recientemente lo “anónimo” como elemento de la literatura (para mí, al menos, desde cierta perspectiva, la “Biografía del artista fantástico” es un texto “literario”) citando para ello a Roland Barthes: “Y la literatura –escribía García Ortega-, para casi todos los escritores, es el hecho y el lugar de ese tránsito a la acción, a la actividad. Pero ¿quién transita? Lo anónimo, es decir, nadie. O quizá Dios, el no-Existente por excelencia, que es un imitador del escritor, que a su vez es un imitador de Dios. Roland Barthes lo expresa en S/Z cuando escribe acerca de la base de la literatura como una no-respuesta a la pregunta de ‘¿quién habla?’. Dice Barthes: Flaubert opera un malestar saludable en la escritura: no se sabe nunca si es responsable de lo que escribe (si hay un sujeto detrás de su lenguaje); pues el ser de la escritura (el sentido del trabajo que la constituye) es impedir que se responda a esta pregunta: ¿quién habla?”. Y Cayetano Lupeña concluye: “Ustedes conocen ese pasatiempo que consiste en dibujar líneas entre una serie de puntos numerados correlativamente. ¿No han observado que faltan cifras?”.
Hace unos días, visitando la exposición Otto Dix. Retrato de Hugo Erfurt, en el Museo Thyssen-Bornemisza, le daba vueltas y más vueltas a toda esta historia. Al parecer, Otto Dix aspiraba a pintar igual que los maestros del Renacimiento primitivo; no se consideraba un alumno aventajado de Rembrandt, sino de Cranach, Durero y Grünewald. ¡Y todo ello, además, en plena eclosión del movimiento expresionista! El diálogo que mantiene con su amigo y fotógrafo Hugo Erfurt (de la fotografía a la pintura, de la pintura a la fotografía) me resultó verdaderamente interesante; también las magníficas imágenes (blanco y negro y mudo) del cineasta Hans Cürlis. Me encontré ante un extenso trabajo divulgativo sobre las diferentes etapas en la elaboración del cuadro: bocetos, anotaciones, materiales, tiempos... Pero lo más sorprendente de todo, lo que hizo que todo “encajara” de nuevo, fue la historia escrita por el propio Otto Dix, su propia autobiografía manuscrita hacia 1924, en un panel informativo de la sala de exposiciones. Y esta es la historia (la personalidad, la apariencia o la máscara) del pintor Otto Dix:
“Nací el 2 de diciembre de 1891 a la una y media de la madrugada (para ser exacto) en Untermhaus, cerca de Gera (...) en Turingia. Mi padre es fundidor y moldeador. Mi madre es absolutamente genial y desborda fantasía, y así lo demuestra el hecho de que recientemente preparó un bizcocho con albayalde en lugar de harina, lo que provocó a mis padres un cólico durante algunos días. Acudí a la escuela de Untermhaus, tuve paperas, jugué a los indios, escenifiqué pequeños incendios forestales, pero esto seguramente no tendrá mayor interés. Desde los catorce a los dieciocho años aprendí a ser ‘pintor decorador’, es decir, aprendí a limpiar gallineros, a rascar techos y paredes, a moler colores, pintar suelos, vallas y zócalos y a limpiar botas como es debido. Los domingos salía a pintar paisajes. Pero como me pasaba la semana esperando al domingo, el pobre maestro solía darme tirones de oreja, que aún hoy tengo muy separadas de la cabeza y hacen mal efecto. ‘No llegarás a nada, tú nunca serás pintor, siempre serás un pintamonas, cómprate un teckel y una chaqueta de terciopelo y hazte artista’, me decía siempre. El príncipe de Reuss me concedió una beca y me marché a la Escuela de Bellas Artes y Oficios de Dresde. Allí aprendí a pintar flores, a dibujar plantas, anatomía y desnudo. Pasaba mucha hambre, porque los principescos 50 marcos de Reuss no daban para mucho. En Agosto de 1914 fui llamado a filas. En 1919 retorné a Dresde, donde seguí pintando con cáñamo seco, azúcar y agua. En la Academia de Bellas Artes de Dresde, provoqué en la clase de pintura de Feldbauer una auténtica epidemia cubista. Más tarde en el taller de maestría de Gussmann, ya para espanto ya para satisfacción de mi maestro, creaba cuadros de tela, chapa, madera, con elementos móviles, articulados y plegables... Tan sólo añadiré que no soy político, ni tendencioso, ni pacifista, ni moralista, ni lo que sea. Tampoco soy simbolista, ni un pintor afrancesado. No estoy a favor ni en contra de nada”.
Ustedes conocen ese pasatiempo que consiste en dibujar líneas entre una serie de puntos numerados correlativamente. ¿No han observado que faltan cifras? ¿No han caído en la cuenta que aún nos queda por responder “quién habla”?
4 comentarios
Enrique -
Su. -
Enrique -
ladydark -